Según la R.A.E., un aprisco es un “lugar cercado, a veces cubierto, donde se guarda el ganado”, pero un aprisco es mucho más que eso: es un refugio donde se acogen saberes tradicionales, cuidados y apoyo mutuo; también, muchos momentos de soledad humana, con la única compañía del perro carea y el crepitar de la chimenea. Es el espacio que protege al rebaño del ataque de los depredadores y lo aísla de los embates de la climatología. En definitiva, es refugio de una CULTURA con mayúsculas.
Por todo eso y mucho más, he elegido este nombre para este refugio que me he creado, un lugar desde el que quiero compartir con las personas que os dejéis caer por este aprisco algunas historias cotidianas y reflexiones que salen de mis entrañas. Quiero compartir con vosotras un pedacito de mí: lo que me duele y también lo que me aporta felicidad, nutre y hace germinar en mí un optimismo empecinado de que, aunque a veces parezca imposible, me hace creer cada día que podemos construir un futuro donde haya más amor y menos odio. Un futuro donde compartamos en comunidad ese crepitar de la chimenea en el aprisco, a modo de Filandón leonés.
La foto que podéis ver es de una de las fotógrafas cuyo trabajo más me fascina: Cristina García Rodero. Es una artista que ha sabido mirar de una forma única la diversidad cultural de este trocito de tierra que es Iberia. Esta foto, que acompaña al texto, muestra una ternura difícil de explicar con palabras. Por eso la he elegido: quiero que así os sintáis al dejaros ver por este aprisco.
Sean bienvenides a este aprisco. Pasen dentro, que hace frío fuera. La cafetera ya está subiendo, como bien denota el olor a café que impregna el lugar, así que tomen asiento, que enseguida comenzarán las historias.
Cuidaos y cuidad.